Como jurado del premio de periodismo Mario Ceballos Araujo, creado como regional, que hoy es nacional y desde el año entrante internacional, testimonio la impecable y seria organización de su Universidad con este importante galardón. Lo que construyen en estas aulas justifica su orgullo al conmemorar los 40 años de la fundación de esta Universidad.
Para mí, y estoy seguro que para mis colegas del jurado, es un privilegio compartir con ustedes la cuarta versión del premio que honra la memoria de Mario Ceballos Araújo, ese gran colombiano que co-fundó la Universidad Libre de Barranquilla, que creó la primera emisora cultural de FM, la primera Facultad de Comunicación Social Periodismo, y el primer canal cultural de la costa Caribe, y programador pionero de Telecaribe.
Por su seriedad, por el prestigio y profesionalismo de los jurados que me acompañan y por la calidad de los trabajos de televisión que me correspondió evaluar, puedo dar fe de su gran éxito. Esta semana confesé que habiéndome correspondido ser jurado en 18 ocasiones nunca me resultó tan difícil dar un fallo. Debía seleccionar tres trabajos pero en justicia tuve que nominar cuatro.
Por ser este un premio periodístico cabe una oportuna reflexión. Los periodistas colombianos oscilamos entre los calificativos más honrosos y los señalamientos de la opinión pública, entre el heroísmo y la irresponsabilidad. Frente a los periodistas fieles a la ética, otros traicionan sus principios, defraudan a quienes confiaron en ellos lesionando la imagen del periodismo,
A veces en nombre de la libertad de prensa, una cámara, un micrófono, una grabadora o un computador resultan tan peligrosos como el gatillo de un arma disparado por un demente.
Este proceder que cambia la libertad de prensa por la libertad de conducta daña el periodismo y por ellos nos juzgan a todos. Entre las inculpaciones que se nos hacen hoy, figuran acusar a los heridos con cámaras y micrófonos violando su derecho a sufrir en la intimidad, a hacer la apología de la violencia, irrespetar las desgracias de las personas volviendo sus tragedias espectáculo, denunciar sin pruebas, faltar a la responsabilidad social, filtrar informes por intereses en las fuentes, negar a los colombianos a conocer las cosas buenas que suceden en el país, ser sensacionalistas y truculentos, repetir morbosamente las imágenes trágicas, sembrar pesimismo, violar los códigos de ética y del menor, el derecho a la intimidad y la reserva del sumario.
Pero pesa más, mucho más, el ejemplo de los periodistas independientes, responsables, honestos, que denuncian y cuestionan, que no se dejan comprar, valientes, héroes y mártires.
En los últimos 10 años han sido asesinados en Colombia 111 periodistas, la mayoría por defender la libertad, la democracia y los derechos de los colombianos. Porque a alguien no le gustaba lo que decía. Por investigar lo que alguien no quería que fuera investigado, por denunciar hechos políticos, sociales o económicos.
La cuota de dolor del periodismo colombiano ha sido grande. Asesinatos como los de Guillermo Cano, Jorge Enrique Pulido, Jaime Garzón, Héctor Giraldo, Silvia Duzán, Gerardo Bedoya, Diana Turbay, Raúl Echavarría, Eustorgio Colmenares, Julio Daniel Chaparro, Alfredo Abán, en general, la inmensa mayoría de los casos siguen impunes y los autores intelectuales y materiales sin castigo.
Precisamente mañana, a las 10 de la noche, Caracol y El Tiempo, impactarán al país con un informe sobre la muerte del periodista manizaleño Orlando Sierra ordenada por unos políticos asesinos y corruptos.
Muchos periodistas son hoy amenazados, guiados, presionados, exiliados frente a tanta violencia ejercida por los grupos armados, los corruptos, el crimen organizado, y otras fuerzas ocultas tratan de callar al periodismo y causan dolor a viudas, huérfanos y a familias enteras que han perdido la fe en la justicia, incapaz de proteger la vida de quienes trabajamos para defender la verdad, la democracia y las libertades, y que asesinan también a indefensos niños, jóvenes, mujeres, ancianos y hombres en una orgía de horror y de sangre.
Sé que aquí, en la Universidad Autónoma del Caribe están enseñando que el buen periodista se debe a la sociedad, a estar del lado de los ciudadanos y a defender sus libertades. Que el buen periodista debe cumplir sagradamente su misión a cualquier costo, que es necesario reeducar al país y cambiar la cultura de la violencia por la de la paz y la convivencia humana. Para esto la universidad que forma comunicadores y periodistas es fundamental.
La televisión, que llega donde no llega el Estado, cumple cada día un papel educativo y culturizante al emitir noticias o al recrear con sus dramatizados. Sus mensajes influyen positiva o negativamente en el lenguaje, la moda o los comportamientos de los ciudadanos. Y tanto poder no puede ser desperdiciado cuando están en juego los más altos intereses de nuestra sociedad.
Quienes orientan los medios de comunicación no tienen en sus manos un negocio más, sino la más alta y profunda responsabilidad, y deben acabar con la apología de la violencia, de la cultura del odio y la guerra, pues por desgracia según la Organización Mundial de la Salud, Colombia sigue siendo el país más violento del mundo, donde el homicidio es la principal causa de muerte. Donde los secuestros se cometen más que en cualquier país y donde las muertes violentas se cometen por cada 6 mil habitantes más que en otras naciones y además donde el 2.7% de los secuestros son cometidos por niños, según el Gaula.
Aquí, en la Autónoma se está cumpliendo académica y socialmente, premiando y estimulando a los mejores periodistas, sembrando en sus estudiantes un pensamiento ético, humanístico, crítico y reflexivo, para que sean buenos profesionales, y sobre todo, ciudadanos de bien. Y saben que la realidad nacional exige a nuestro periodismo una responsabilidad mayor a la que pueda pedírsele al de cualquier otra nación.
Como esta, todas las facultades de Comunicación Social y Periodismo tienen la sagrada misión de formar líderes para el cambio social y para la reeducación de los colombianos. Desde los medios de comunicación, porque de ellos también depende la paz de esta patria que tanto nos duele. Mil gracias